Una mañana de invierno un chico peruano, Oswaldo, llegó a Madrid acompañado de su madre. El chico llegó a España feliz por poder ver a su padre después de tantos años lejos de él, ya que su padre trabajaba en España para poderlos traer aquí y empezar juntos una nueva vida. Después de los saludos y los besos del padre a su familia, le dijo que tenía que hablar con él y le comunicó que le había conseguido una prueba a través de un compañero de trabajo en el Real Conservatorio de Madrid. Oswaldo era un chico con un oído espectacular para la música y siempre había destacado por sus obras escritas incluso desde corta edad. Pasada una semana llegó el gran día para Oswaldo y tenía su prueba para acceder a uno de sus sueños, vivir de la música, de su música. Se presentó temprano para la prueba ya que era un chico puntual, tocó la puerta y pidió permiso para entrar. Le indicaron que tomara asiento en un piano y le dieron la orden de comenzar, aquel chico bajito y de piel oscura cerró sus ojos y comenzó a tocar una melodía preciosa que dejó a las personas que estaban observándole con la boca abierta. Cuando terminó de tocar lo aplaudieron y lo preguntaron que de donde había sacado esa partitura, y el respondió que era suya, que la había compuesto él, sin más palabras la persona del jurado le indicó que el lunes comenzarían sus clases de conservatorio. Oswaldo salió hacia a fuera y abrazó a su padre como nunca lo había hecho, gracias al esfuerzo de su padre, él tenía un futuro prometedor y es algo que Oswaldo nunca olvidaría. Al cabo de los años llegó a ser un músico de fama mundial que llenó grandes auditorios y todo gracias a su padre.
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